Escuela Técnica
Siempre estuvimos convencidos de eso: levantarse
con la pija parada era producto ineludible del buen dormir. En nuestro
imaginario esto estaba científicamente comprobado por especialistas de bigotes,
onda pancho Ibañez, que desde que tenemos uso de razón aparece ahí en la tele,
para legitimar cualquier producto que toca valiéndose de un casco o de un guardapolvo blanco o como los otros, que te
venden pasta para dientes y sus estudios dicen que te dejan los molares relucientes
como piso de shopping. Pensábamos eso, que el pito parado a la mañana era algo
científico, estadístico y también burocrático, como un ticket que te queda en
el bolsillo después de un viaje larga distancia.
En nuestro curso casi que no había mujeres,
suponemos que eso ayudaba a la fundamentación. Las mujeres, tal cual hoy las
conocemos, emergían en ese otro terreno onírico, pululaban en ese otro espacio
propicio para la materialización de los deseos. Entonces claro, nos costaba
salirnos. La alarma polifónica, una cachetada seca de un padre resignado, un
grito agudo de madre que pinchaba los tímpanos, no hacían otra cosa que luchar
cuerpo a cuerpo con un inconsciente musculoso que decidía tomar riendas en el
asunto y tirar el ancla, clavarnos a la cama como si fuera esta una pendiente y
testarudo ese pito como una garra de gato que se aferra fuerte para no dejar
caer al cuerpo, a la realidad seca.
Y caer era chupar el frío de la seis treinta aeme
hasta que el bondi pase y de mientras, hablar y largar humito y esperar hasta
los primeros rayos de algún sol que descongele alguna idea. Pero eso, con
suerte, pasaba mucho mas tarde. Cuando llegábamos a la escuela técnica todavía
estábamos tontos, adormecidos, con la sangre circulando en loop, boba, en el
bajo.
Nuestro curso era un segundo piso por escalera de
una escuela con estructura carcelaria. Desde todos los corredores se podía ver
el patio, el único lugar abocado a la recreación.
Envidiábamos al curso vecino, orientación maestro
mayor de obras, que contaban con un porcentaje mayor de mujeres por capita.
Tenían siete contra nuestras tres futuras técnicas electrónicas. Para colmo
había una de las siete que era la linda de la ENET, por lo cual considerábamos
esto como una descarada injusticia distributiva.
"encima las tres nuestras no hacen una"
repetía todos los días Silvestri resignado, cada vez que la veía pasar a la
quetejedi de la belleza yendo a buscar planisferios a la mapoteca.
El show lo daba Navarro, los días esos que venia
motivado. Navarro se sentaba atrás mío y anunciaba el devenir de su acto con un
chistido. Ahí nomás nos dábamos media vuelta, formábamos una especie de
semicírculo. Navarro acomodaba varias carpetas sobre su falda, clavaba
visiblemente sus piernas rígidas sobre el piso. El "speach" a un tono
moderado para no distraer al maestro de turno y con la cadencia del vendedor de feria decía: "prepárense
para ver el poder de la mente humana, por única vez ante ustedes, el poder
telekinetico del mas allá" y ahí nomás,
sacando a relucir sus dedos índices, los apoyaba en la sien, irradiando
ondas como Acuaman, para que podamos ver como las carpetas sobre su falda
comenzaban a elevarse. Un trabajo hidráulico, de ida y vuelta, que nos dejaba
atónitos. Poder mover la chota así era una de sus virtudes. Después sacaba la
manos de su sien y el poder telekinetico se transformaba en unos piolines
invisibles de esos que se usan para mover marionetas. Las carpetas respondían,
así que Gallardo, hijo del rigor, jugaba a apilar mas libros sobre estas.
Gallardo quería llevarlo hasta el limite. Ah, hablando de libros, me acuerdo de
Rojas, cuando se apareció un mañana con "la mano izquierda de la
oscuridad" de Ursula K Le Guin. Nos le cagamos de risa. Gallardo fue el
primero que tiro "gordo, no jodas, si todos sabemos que vos te la haces
con la derecha". Después con el tiempo nos convenció de que la idea de
Ursula era buena: un mundo de hermafroditas donde en cierto momento del año,
comandados por un instinto animal, los humanos estos ganaban sexualidad y se
definían pudiendo ser macho o hembra.
Paradojicamente, el libro circulo de mano en mano. Flasheabamos todos
los hombres de la técnica con esta posibilidad. Gallardo decía que teníamos
tanta mala leche, que seguro, si este mundo utópico se materializaba, a
nosotros nos iba a tocar ser a todos mujeres a la vez.
"Por ahí tenia
razón" pensaba resignado mientras se derretía el estaño y el cable rojo
pasaba a formar parte de la plaqueta.