miércoles, abril 15, 2009

El boliche se llamaba Chocolate.
En una especie de ritual recurrente, todos los viernes, caminábamos con el Ema bordeando el Naposta, hasta un poco más al norte de donde este se hace entubado.
Mágicamente, el jote siempre duraba lo que trasladarnos de A hasta B. Era la medida justa, nuestra hadita voladora que regulaba el paso y administraba el dialogo, haciéndolo durar.
Teníamos diecisiete años y los ojos brillantes, parados en la puerta, hacíamos una cola exagerada.
Una vez adentro (no nos gustaba la música) no sabíamos que hacer. El alcohol siempre me dejo esa pequeña cantidad de juicio intacta para alertarme de lo ridículo que puede resultar una persona de casi dos metros bailando.
Aparte, no nos gustaba la música, y había que demostrarlo de alguna manera.
Nuestra actitud con Ema era clara, estábamos sentados ahí, al costado de la pista, en ese mega lugar archi estrambotico porque habíamos hojeado el manual de la testosterona pero salteamos la lectura de la guía práctica de un comportamiento social efectivo.
Hacia algunos meses habíamos avanzado de nivel, de matineee a noche, donde ahora podíamos comprar tragos dentro de la institución (cosa que nos evitaba el entrarlo de contrabando) y como plato fuerte no había limite de edad para los concurrentes por lo que deducíamos que las chicas que veíamos (bañadas de perfumes, salpicadas con perlas, de minifaldas o bombachas estampadas por un pantalón ultrajustado blanco) no habían sido depositadas por sus padres en la puerta luego de darles una bendición, si no que, seguramente, llegaban estas por sus propios medios y eran todas potenciales maquinas de sexo, aparatos con tantas ganas de coger y actuar las películas porno como nosotros, como Ema, como yo.
Entonces estábamos en el boliche, a un costado de la pista y tomábamos tragos.
Cuando uno no baila en un boliche, también puede quedar escrachado. Aparece un letrero luminoso de neon, que te apunta con una flecha al marulo y dice parpadeante: “pelotudo”, como ese que se iba muy abrigado y se ataba el buzo a la cintura.
Cuando uno no baila en un boliche, se tiene que inventar una función, un hacer mientras miras toda esa parva de chicas que se entrechocan, que se sacan chispas, ya sea dando vueltas, haciendo que buscan a alguien, bailando temas de Marta Sanchez, fingiendo un apuro inexistente de alcanzar los baños.
En un Boliche, todo lo que necesitas son excusas para hacer tal o cual cosa.
Nosotros comprábamos tragos.
Manteníamos ocupadas nuestras manos.
Cuando terminábamos uno, había que ir a comprar otro, definitivamente no teníamos el tiempo suficiente como para bailar.
Podíamos ocupar una mano con un cigarrillo, si no se nos daba por toser.
Mucho el cigarrillo nos gustaba, probamos pitar con la derecha y sostener el vaso con la izquierda. Queda canchero si nos sale los dos (cigarro y vaso) en una misma mano y con la otra te acomodas el flequillo, te arremangas las mangas, te atas un cordón que ya estaba atado, toses.
Así pasábamos la noche, inventándonos tareas a un costado, absorbiendo un al parecer inutil lubricante social.

Una chica se le sienta a la par al Ema y le suspira en una especie de Fade out: “... ya no quedan hombres”. Debía de tener dieciocho años. Ema la mira sorprendido y con suma naturalidad le pregunta: “¿y yo que soy? ¿un calefón?”
Después se besan .

Voy por unos tragos a la barra. Ya es tarde y queda poca gente.
Ahí es cuando un boliche me puede llegar a gustar.
Una chica me sorprende y me saca a bailar a la pista.
A los pocos minutos de una cumbia me pregunta: “¿vos sos albañil?”.
Y yo sonriendo de manera salvadora interrumpo la cumbia para explayarme con lujo de detalle sobre el jodido tema de ser “afortunado poseedor” una dishidrosis (“galopante”, le aclaro). Le cuento que en invierno me vuelvo como una especie de serpiente áspera que espera ansiosa el cambio de piel, que viene ya de familia, que de contagioso no tiene nada.

4 comentarios:

Unknown dijo...

que manera de no bailar... aunque los ultimos temas se podia entrar a la pista, ya estabamos suficientemente borrachos. ademas de que los ultimos temas solian ser buenos, lo que demuestra que el dj no era idiota... solo se hacia.

Unknown dijo...

no tenias que decirle lo de la disidrosis, piensan que tenes lepra porque no saben lo que es. la posta era decirle que tocabas el tambor en una cuerda de candombe

Malena Q dijo...

la de albañil la contas cada vez que haces referencia a tus manos, creo fue una experiencia que te marcó inconsolablemente.
Y es verdad no es necesario el uso del termino solo con decir que las manos se te secan con el frio suficiente mas un poco de cremita boooooala

gabriela dijo...

ja la anécdota adolescente q estaba pendiente?

qué será de martha sánchez
la había olvidado completamente