miércoles, enero 06, 2010

Una inyección de ganas

En una semana y media de verano transcurre el tiempo en el que empiezo y termino con la lectura del libro de Bolaño, “Los detectives salvajes”.
Termino: mirando fijo la ventana. Me pregunta la última hoja como una adivinanza (para pasar el tiempo de viaje), ¿que hay del otro lado? La ventana se rompe en trozos, imposible presentar una unidad. Solo leí fragmentos y ahora tengo que unir.
¿Mañana que voy a hacer? me pregunto (con el desconcierto que implica el finalizar un libro por el cual consideramos que debería existir un Antes y un Después), si algún día podré volver a escribir (o aunque sea empezar) con cierta fluidez.
Hago cuentas: ¿Hace cuanto que no leo un libro de poesía? ¿Me dejó de gustar la poesía? ¿Será que ahora la niego? ¿Qué ya no me es necesaria?
En una época recuerdo haberme auto convencido de un lógico equilibrio entre prosa y poesía, una dieta que regulaba intercalando libro y libro, pero que mas tarde devino a lectura paralela (de este y lo otro) y finalizó en la extinción de la otra, la poesía.
Vaga idea puede ser (tras un segundo de introspección) que la prosa demanda menos del lector. ¿Menos que?.Mmm… menos compromiso, menos intervención de el por la obra, menos es leer antes de dormir o para forzar el sueño, menos es leer para que pase el tiempo y nada más, menos.
Por el contrario la poesía se acerca más a mi idea de verdad, es la existencia que empieza a teñir la hoja, tal vez no hoy lector, pero algún día entenderás, que el que escribió estos versos, tampoco nada entendía o algo si. Esa es la sensación de mirar todo como si la primera vez, incluso (como en el libro de bolaño) aventurarse a las lecturas donde no las hay.
Aparte leer poesía implica trazar un mapa, rectas las vías del intercambio (alguien esta escribiendo, porque otro escribió), los indicadores, la esencia misma, atesorar lo vacío, las preguntas que nadie respondió y que tenemos que asumir como un tesoro (ante la duda son hoja seca), entre la mayor cantidad de manos que podamos.
Yo podría ser el poeta Madero, yo en esa adolescencia, cuando tuve menos años y me brillaban los ojos cuando me conocí los textos de Parra, de Lihn, de Fernandez Moreno, Rimbaud, Breton, Urondo, Cardenal, Pessoa, Vallejo, Dalton, tantos otros que tengo latentes, poetas surrealistas francés, poetas Dadá, poetas Nadaistas, poetas que escribian a la par mío, que te chocaban los codos.

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